EL CUERPO Y EL ALMA DE CÓRDOBA

“Hace falta toda una vida para aprender a vivir”
(Séneca)

El alma.

Según la Academia la palabra alma, aplicada a una cosa, es la sustancia o parte principal, también es aquello que le da espíritu, aliento y fuerza. Pues bien, inspirados en el lema del anuncio de la visita nocturna a la mezquita: “El alma de Córdoba” organizamos esta actividad buscando eso, la esencia, algo que ninguno de nosotros hubiéramos visto o sentido en las muchas o pocas visitas anteriores que todos y cada uno de nosotros habíamos hecho a esta ciudad. Para tratar de conseguirlo, y muchos lo conseguimos, dispusimos de la ayuda de Gloria Lora, profesora de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla, amiga de nuestra amiga y socia María del Mar Valverde. Asumimos muy gustosamente que descubriríamos el alma de Córdoba versión Carcabuey. Por la mañana la buscamos en Medina Azahara. Lo primero que descubrimos fue un edificio muy interesante que realizó el estudio Nieto Sobejano (me sopló el nombre mi asesor en arquitectura contemporánea Fernando Benavent) para albergar el museo del conjunto arqueológico. Un edificio sencillo, integrado, muy respetuoso con el entorno y sin tratar de restar ningún protagonismo exterior a las excavaciones. Nos proyectaron un buen vídeo en el que se realiza una recreación virtual de la antigua ciudad califal. La calidad y amenidad de los comentarios de Gloria Lora consiguieron mantener nuestra atención durante las casi dos horas que estuvimos visitando el yacimiento´. Mantuvo mi interés a pesar de la pequeña decepción que, al menos para mí, supuso que nos dijera que muchas de las piedras, arcos, columnas que veíamos no eran de la antigua Medina Azahara, sino recreaciones, hubo un primer momento en el que me sentí en un parque temático, pero los comentarios de nuestra guía consiguieron recuperarme, rescatarme, por utilizar una palabra de actualidad. Volvimos a la ciudad y visitamos el espléndido Palacio de Viana, una construcción de fachada discreta conformada por una agrupación de casas que le ha permitido contar con doce hermosos patios de variados tamaños y configuraciones. Conserva la casa el mobiliario, buenos cuadros y tapices y una interesante colección de cerámica. Una visita muy recomendable. Salimos de Viana y nos fuimos caminando hasta el restaurante los Berengueles. Al pasar por Capuchinos, junto al Cristo de Los Faroles, me dijo Gloria Lora: la Córdoba auténtica, está aquí, en esta zona de la ciudad, ni Medina Azahara ni Viana, es esto…y debe ser así si ella que la vive y que conoce su historia y su presente lo dice con tanto convencimiento. Siempre me ha gustado aquella zona que señalaba Gloria como la esencia de Córdoba, pero en este viaje me sentí especialmente bien cuando al atardecer paseaba por el Puente Romano con una luz especial camino de la Mezquita-Catedral y noté un pellizco más tarde mientras participaba en esa excelente visita nocturna en la que todo me gustó, el vídeo previo, el tono y la voz de los narradores, la música y los tiempos en los que se incorporaban los distintos temas y el ritmo de iluminación. A la mañana siguiente algunos de nosotros volvimos a la catedral y mientras oía a un muy buen coro cantar durante la misa tuve la sensación de estar en un precioso lugar, pero diferente al de la noche anterior. Después paseamos por la judería, bonita, pero con demasiadas tiendas de souvenirs que cuentan con la permisividad del ayuntamiento, igual que en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, para invadir las calles con sus expositores cargados de artículos rompiendo absolutamente todo su encanto.

 

El cuerpo.

No solo alimentamos nuestros espíritus en Córdoba, también lo hicimos con nuestros cuerpos. Toda la delicadeza que se desprende de la Córdoba esencial, de su mezquita, de las calles de su judería, del plácido discurrir del Guadalquivir bajo el Puente Romano, se convierte en deliciosa contundencia cuando hablamos de su gastronomía. El salmorejo, los flamenquines, las berenjenas fritas, la cola de toro (rabo lo llaman allí, pero a eso le dedicaré después unas líneas) o las gruesas tortillas de patatas. De todo ello me propuse disfrutar con el permiso de mi hernia de hiato y bien que lo conseguí. La cola/rabo de toro cayó a mediodía en Los Berengueles, muy buena, como todo en este restaurante que tiene un servicio amable y una buena y tradicional cocina. Los flamenquines los tomamos por la noche en Pepe el de la Judería. Pinchazo. Como dijo al día siguiente en Bodegas Campos Jesús Fernández, remedándome con guasa y tratando de anticipar lo que sería  esta crónica, “un flaco favor le hacen a este tradicional plato cordobés que muchos vendrán a probar a este típico y céntrico restaurante”. El flamenquín se merecía un acto de desagravio y se lo hicimos al día siguiente en Bodegas Campos, buenísimos los que nos sirvieron de presa ibérica. También dimos buena cuenta de un suave salmorejo, de las berenjenas y de unas patatas cortijeras, todo ello con un excelente servicio y muy buena puesta en escena. No puedo terminar este capítulo sin mencionar la tortilla de patatas de Santos, no me explico como pueden conseguir hacerlas tan buenas y tan jugosas con ese grosor, pero sí señor, lo consiguen y además brillantemente. Si además te sirvieran la cerveza en vidrio y no en plástico, sería un sitio perfecto para tomar unas tapas a mediodía, junto a la Mezquita, siempre que encuentres un hueco.

 

Sobre colas, rabos y otras cuestiones finales e iniciales.

He elegido para el encabezamiento de esta reseña una frase del filósofo de origen cordobés Séneca. La he seleccionado, en primer lugar, por el origen del autor, en segundo lugar porque me gusta y la comparto y después porque mientras veía el vídeo del museo y oía las explicaciones de Gloria en Medina Azahara pensé lo bien que algunos habían llegado a vivir en la Córdoba de los Omeya. A la frase de Séneca se le podría añadir (con todos los respetos y perdón por el atrevimiento) “…pero hacen falta generaciones para aprender a vivir muy bien”. Da la impresión de que cuando una civilización alcanza esa cima de bienestar comienza su decadencia y esa cultura es sustituida por los miembros de otra que ansían vivir tan bien como aquella. ¿Habrá llegado nuestra civilización a esa cima?
Tenemos que dar la enhorabuena a los organizadores, Florencio Costán (autor además de las fotos) y a la ya citada María del Mar y dar las gracias nuevamente a Gloria Lora por sus magníficos comentarios y por compartir con nosotros un soleado sábado de octubre.
No quiero terminar sin aclarar algo que dejé pendiente unas líneas más arriba. Por Córdoba, Madrid y en la mayoría de los sitios, se habla en gastronomía de rabo de toro. En Sevilla, y en Jerez también, me puntualizaba en Los Berengueles, Maika, nuestra vicepresidenta jerezana, y creo que en no muchos lugares más decimos cola de toro. Siempre surge la polémica, que si cola que si rabo, polémica que creo que se resuelve consultando el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. Ambas palabras serían correctas, si bien la única que no se presta a ningún tipo de confusión sobre la parte de la anatomía del toro que deseamos comernos es cola ya que pidiendo rabo te podrían dar de comer otra parte del cuerpo humano que a mí personalmente y respetando todos los gustos, no me apetece.
Como habréis podido comprobar, los poquísimos que hayáis tenido la paciencia o el espíritu de sacrificio necesario para haber leído hasta aquí, comienzo en plan erudito citando Séneca y termino hablando de colas y rabos, lo que confirma que mi tendencia a la vulgaridad no tiene solución, por eso no tengo más remedio que firmar con un seudónimo.
Trause.