Miguel Delibes. Su vida al aire libre.

Quisiera rendir con estas lineas un modesto homenaje a Miguel Delibes con motivo de su reciente fallecimiento.
 
Fue un hombre sencillo y, salvo algún episodio que luego contaré, llevó una vida discreta, a pesar de su fama, de los premios que fue cosechando a lo largo de su existencia y del reconocimiento general que logró por su enorme talla literaria y humana. La cultura y la naturaleza, los dos apellidos de nuestra asociación, fueron los ejes fundamentales de su vida, además de su familia y de su equipo de fútbol, el Real Valladolid. Ese amor por la naturaleza supo transmitírselo a sus hijos. Cuatro, de los siete que tuvo, son biólogos, y uno de ellos, Miguel, fue director del P.N. de Doñana.

Sería difícil encontrar una persona que representara mejor los objetivos, las aspiraciones, el ideario de Albariza.

Durante estos días inmediatamente posteriores a su muerte, los medios de comunicación nos hablarán de sus éxitos literarios. “El camino”, “El hereje”, “Los santos inocentes” , “Señora de rojo sobre fondo gris”, “Cinco horas con Mario”, “La sombra del ciprés es alargada”, y de otras muchas y populares obras de Delibes.  

DelibesSin embargo, quiero recordar una que, probablemente, nadie mencione y que lleva un nombre parecido a uno de los apartados de esta web (que don Miguel me perdone por el uso de esta palabra y de paso que sea indulgente con mis enormes limitaciones sintácticas y ortográficas), se llama “Mi vida al aire libre”. (Memorias deportivas de un hombre sedentario). El título, y, especialmente, el subtítulo, nos vienen que ni pintados. El libro, publicado en 1989, comienza con dos citas. La primera tomada de “Las confesiones” de Rousseau “No puedo meditar sino andando; tan luego como me detengo, no medito más; mi cabeza anda al compás de mis pies” y la otra de “Ecce Homo” de Nietzsche “No se debe prestar fe a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre”.

Este delicioso y breve relato autobiográfico consta de nueve capítulos. En el primero nos narra momentos vividos en el campo con su padre, que era de ascendencia francesa. Nos cuenta cómo Delibes padre enseñó a nadar a sus hijos “...apenas cumplíamos seis años, nos amarraba una soga a la cintura y desde la orilla del río o desde el malecón si era en el mar, nos lanzaba al agua y nos sostenía con la cuerda un rato cada día hasta que, al cabo de una semana, nos soltábamos a nadar solos.” o a montar en bicicleta  “La bicicleta era regalo algo más tardío: ocho o diez años. Y la lección que nos dictaba más sucinta aún que la de la natación. <>, nos decía. Y nos propinaba un empellón. Al cabo de tres días, con las rodillas laceradas, ya corríamos solos por el Campo Grande”. También se refiere a otros recuerdos de su infancia, cómo cuando toda la familia se quedó atascada, dentro de un viejo coche, sobre las vías del tren mientras que éste se acercaba peligrosamente. Eran otros tiempos. El maquinista detuvo la locomotora, se bajó del tren, saludó educadamente a su padre y les ayudó a empujar el coche. Dice Delibes “Esto ocurría cuando los inventos del hombre estaban controlados por su voluntad. Más tarde, los trenes dejaron de parar porque un coche se detuviera en la vía...”

El segundo capítulo está dedicado al fútbol “Yo creo que mi primera afición deportiva asumida como pasión, como auténtica pasión desordenada, fue el fútbol”. Nos habla de su Real Valladolid, de como, siendo niño, era capaz de memorizar todas las alineaciones de todos los equipos de las tres primeras divisiones de la Liga, de como fue hincha antes que aficionado. “De muy niño hacía solemnes promesas al Todopoderoso si el Real Valladolid salía victorioso en Las Gaunas o en el Infierniño. En cambio cuando jugaba en casa, me parecía que bastaban mi aplauso y mis voces de aliento para triunfar y no iba con embajadas al Todopoderoso”. Este deporte llegó a practicarlo hasta los 35 ó 40 años. Jugó de portero en el equipo de su pueblo de adopción, el Sedano C.F. Cuenta la anécdota de que jugando contra el equipo de los seminaristas jesuitas de Valdelateja, terminó increpando al delantero centro del equipo contrario, un aguerrido seminarista, que “parecía empeñado en meterme a mí con la pelota dentro de la red” le dijo “¡Ojo Ocaña! Ten en cuenta que eso de amar al prójimo como a ti mismo rige también en el fútbol.”. Su vida como periodista en el Norte de Castilla,  la inició escribiendo crónicas deportivas y haciendo viñetas de partidos de fútbol.

El siguiente capítulo, está dedicado a la bicicleta. Es divertidísima la narración de su primer paseo. Como pasó de la felicidad que sintió cuando por fin se soltó a pedalear bajo la atenta mirada de su padre, a la ansiedad que le produjo pensar en cómo se bajaría de la bicicleta “...de pronto, se levantó ante mí el fantasma del futuro, la incógnita del ¿qué ocurrirá mañana? que ha enturbiado los momentos más felices de mi vida...” ¿Qué hago para bajarme? Le preguntó a su padre, y éste le respondió que dejara de pedalear, y pusiera el pie hacia el lado que cayera la bicicleta, y sin más explicaciones se marchó al interior de la casa y allí lo dejó, dando vueltas y vueltas, durante horas, sin atreverse a parar, hasta que oscureció y decidió dejar que la bicicleta se estrellara contra un seto de boj...esta era “la educación francesa” que recibió, como le decían sus amigos adolescentes, que lamentaban no haberla recibido, ya que por ese motivo, decían, no sabían nadar ni montar en bicicleta ni distinguir un cuco de un arrendajo, y que, criados entre los algodones propios de la clase media española de los años treinta, no sabían cómo afrontar los contratiempos de la vida.

En el siguiente capítulo nos cuenta sus experiencias con las motos, a la que se pasó “inducido por los años, la comodidad y la moda” pero sin abandonar completamente la bicicleta, que siguió montando hasta los sesenta y ocho años.

En el capítulo V, nos habla del tenis “Hay quien llega al tenis desde el ping-pong y le falta mango y hay quien llega al ping-pong desde el tenis y le sobra brazo”. Cuando comenzó a practicarlo a los trece años, detestaba “la  manera tan peregrina de contar los tantos” Lo de 15-30-40, no cabía en su cabeza. En cambio le gustaba la cortesía con la que los contendientes lo practicaban. El uso de palabras en inglés, net, out, drive, etc..le hacía sentirse cosmopolita. “Las tardes en que jugaba al tenis regresaba a casa como más refinado, más pulido, menos celtibérico” Después de un largo periodo sin practicarlo lo retomó, estando ya casado,  por la insistencia de un amigo, aficionado a los coches, que lo recogía cada día, a las 8 de la mañana en su Jaguar descapotable. Nos cuenta que su imagen se deterioró mucho en la ciudad donde residía, Valladolid, donde lo consideraban un hombre serio y austero. Aquella imagen de Delibes saliendo de su casa a las 8 de la mañana vestido con atuendo de tenista, un deporte considerado, en la España de los sesenta, propio de snobs o de afeminados  y, además, siendo recogido en un Jaguar descapotable, provocaba la comidilla de los vecinos, hasta el punto de que alguno de ellos se dirigió a su mujer diciéndole que eso no le pegaba nada a su marido.

Dedica otros capítulos a la natación y a dos de sus grandes aficiones, la pesca y la caza, una caza ecológica, al estilo de su padre, sin más compañía que la de su perro, su escopeta y su morral. Pero quisiera terminar transcribiendo el comienzo del capítulo VII “La alegría de andar”, con el que pienso que muchos de los miembros de Albariza nos sentiremos identificados. Dice así : “Iba a llamarlo alpinismo, pero, realmente el alpinismo es una manera de caminar, muy concreta, monte arriba, sin veredas, hasta la cumbre de una montaña. Pensé también llamar marcha a este apartado pero la marcha lleva aparejadas unas connotaciones atléticas muy precisas: juego de caderas y trasero sin dejar un instante de tocar tierra con un pie. Una y otra denominaciones resultaban un poco excesivas para aludir a actividad tan sencilla como es la de caminar, mover primero un pie y luego el otro, para recorrer un determinado trayecto. Lo que yo he hecho y sigo haciendo es andar, bien entre calles, por carretera, por senderos, a campo a traviesa, cuesta arriba o cuesta abajo...” “La alegría de andar” . Eso es algo que hacemos en nuestra asociación y que seguiremos haciendo , sin otro objetivo que el propio disfrute del camino. En el futuro, en nuestras caminatas por el campo, algunos tendremos un recuerdo para este buen hombre y excelente escritor. Como dice Javier Marías, la muerte definitiva de una persona se produce cuando nadie en el mundo lo recuerda. La memoria de Miguel Delibes permanecerá entre nosotros para siempre.

Y hasta aquí este recuerdo de esta “obra menor” y de su autor, aunque en Delibes, no hay obras menores, porque su prosa tiene la cualidad de convertir lo cotidiano en sublime.

Trause.